Por Luis Secco
La aprobación del acuerdo con el FMI, por una cifra histórica de u$s 50.000 millones, y la inclusión de Argentina en el «selecto» grupo de países emergentes, tal vez sean las dos mejores noticias económicas que tendremos por varios meses. Es probable también que la turbulencia cambiaria y monetaria dé algún respiro, pero los titulares hablarán de una inflación que sube otro escalón hacia el entorno del 30% anual, de una actividad económica que en la segunda mitad del año se pega un abrupto frenazo, y de un incremento de los reclamos y tensiones sindicales y sociales.
En este contexto, resultará clave el manejo de expectativas que hagan las autoridades políticas y económicas. El cual no resultará nada sencillo después de varias promesas que no pudieron cumplirse en materia de desinflación y de estabilización de los ciclos de crecimiento. El Gobierno deberá enfrentar un escenario muy diferente al que enfrentó antes y en los primeros meses que siguieron a las elecciones de medio término de octubre del año pasado. En esos días, los titulares mostraban un contexto esperanzador: la inflación convergía hacia el 20%, la actividad económica crecía y la dispersión del crecimiento entre sectores se reducía progresivamente, mientras los mercados de deuda se mostraban dispuestos a financiar todo lo que Argentina necesitaba para enfrentar su desequilibrio fiscal y externo. A partir de ahora, en el marco de una crisis de confianza que no ha cedido por completo, el manejo de las expectativas deberá hacerse en un contexto más adverso y por ende más incómodo.
Y no se trata de prometer lo que no se podrá cumplir o de crear falsas esperanzas de que todo pasará pronto. La comunicación debería estar totalmente enfocada en desinflar las expectativas de inflación y de depreciación del peso, mientras la política económica se ocupa de estabilizar lo más rápido que se pueda todas las variables nominales.
En ese sentido, una peligrosa idea comenzó a recorrer la city porteña: no será que el Gobierno ve con buenos ojos una mayor depreciación del peso, aunque se acelere la inflación, porque lo que está haciendo es promover la licuación controlada u ordenada del desequilibrio fiscal y del balance del Banco Central. No sabemos si esa intención existe; aunque del acuerdo con el FMI se desprende que parte del ajuste fiscal vendrá de la mano de la inflación/licuación. Pero lo que sí sabemos es que prácticamente no existen experiencias exitosas de licuación controlada. No al menos en Argentina. Y básicamente porque la licuación se descontrola (espiral precios-tipo de cambio) y porque se termina licuando también el capital político del Presidente. Soltarle aunque sea un poquito la cadena al tipo de cambio y a la inflación es como soltarle un poquito la cadena a la criatura de Frankenstein. Se corre el riesgo de que se desmadre. Resulta fundamental acabar de inmediato con este tipo de especulaciones, estabilizando rápidamente las variables nominales.
Otra idea peligrosa, que no ayuda para un buen manejo de las expectativas económicas, es la que surge de cómo se presenta ante la sociedad el acuerdo con el FMI. El presidente Macri, varios miembros de su administración y otros representantes del oficialismo han dicho que a partir de ahora el gradualismo será menos gradual porque el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional demanda más ajuste, más rápido. Se lo presenta como algo inexorable porque se le pide asistencia al Fondo, pero la verdad es otra. Mucho más acertado sería decir que el acuerdo permite que el ajuste resulte mucho menor y mucho más ordenado que el que inexorablemente se habría tenido que hacer en ausencia del aporte financiero del FMI. O sea, se corre el riesgo que se instale la idea de que un mayor ajuste se hace porque alguien nos dice que tenemos que hacerlo. Porque no queda otra. Y las cosas que se hacen «porque no queda otra», las más de las veces justifican que en otro momento se haga exactamente lo contrario, precisamente, «porque no queda otra».
Por último, aunque parezca algo tarde ya, está claro que la contundencia de todas las medidas anunciadas desde que se decidió solicitarle financiamiento al FMI (incluyendo los cambios de funcionarios) habría sido mucho mayor si se hubiera predefinido una estrategia integral. Si las medidas se hubieran presentado como partes de un todo y si los anuncios se hubieran ordenado y comunicado con mayor convencimiento, sin dar la sensación de estar corriendo atrás de los acontecimientos, se podría haber logrado un verdadero «shock de expectativas».
La estabilidad macroeconómica es una condición necesaria para el crecimiento sustentable. La inestabilidad inflacionaria de la Argentina es el factor fundamental que está detrás del fracaso económico de los últimos 70 años. Pensemos, sin ir más lejos, que hoy «festejamos» volver a ser un país emergente, cuando aplicando los criterios actuales hubiéramos formado parte de la liga de los países desarrollados hasta, digamos, la mitad del siglo pasado. El gobierno de Mauricio Macri se mostró demasiado complaciente con los desequilibrios macro y con la inflación. Esa complacencia nos condujo a las turbulencias y a la crisis de confianza que padecemos. Hoy estamos frente a una nueva oportunidad. Tal vez, la última mejor. Es de esperar que el llamado de atención haya generado suficientes anticuerpos para no caer de nuevo en la complacencia y que esta nueva oportunidad
Fuente: https://www.cronista.com/columnistas/La-ultima-mejor-oportunidad-20180622-0016.html