Por Luis Secco
La economía argentina muestra las dinámicas típicas de un ajuste macroeconómico forzado por una reducción abrupta de ingresos de capitales financieros y de la disponibilidad de financiamiento externo. Dado que la otra cara de la moneda del desequilibrio de cuenta corriente (que hay que corregir) es el déficit de las cuentas del sector público, el ajuste fiscal es un ingrediente insustituible. A menos que se pretenda (por acción u omisión) que el ajuste recaiga por completo sobre el consumo del sector privado.
Entonces, la variable que fuerza el ajuste del resto de las variables, es la restricción de divisas o la falta de financiamiento externo. Producto de esto, la economía debe ajustarse mediante la combinación de un ajuste de precios y cantidades. Básicamente, consiste en un tipo de cambio real más depreciado, salarios en dólares más bajos y un menor nivel de actividad. Lamentablemente, «alcanzar» el nivel de tipo de cambio real necesario para completar el ajuste, dada la naturaleza de los mecanismos de formación de precios y de expectativas de la Argentina, requiere de un tipo de cambio nominal mucho más alto que el que resultaría necesario si la depreciación nominal no se trasladase a precios. Por lo tanto, las variables nominales exhiben tasas muy altas de variación mientras buscan un nuevo nivel de equilibrio entre ellas.
Si bien el acuerdo con el FMI enmarca algunos lineamientos de política económica, está claro que el mismo no termina de delinear los cómo. El propio Gobierno se había mostrado dispuesto a rediscutirlo de ser necesario (y ahora tendrá que hacerlo) y ha expresado en numerosas oportunidades que el presupuesto de 2019 será el instrumento a través del cual se avanzará en los cómo del ajuste fiscal. Ese presupuesto hay que debatirlo con los gobernadores y con la oposición; con posturas diversas que auguran un prolongado debate. Pero atención, aun cuando la incertidumbre fiscal se reduzca, la incertidumbre monetaria o, digamos mejor, la ambigüedad con la que maneja el Banco Central su política monetaria (sobre todo su política de intervención cambiaria) también debe ser drásticamente erradicada.
Los márgenes de acción acordados con el Fondo no son amplios, pero más allá de eso, el BCRA ha sido muy errático: a veces interviene para que no suba, a veces interviene o no interviene y lo deja correr. La depreciación de los últimos días despertó nuevamente el fantasma de la licuación. No son pocos los que se preguntan: «¿No será que el Gobierno está cómodo con este salto cambiario?», «¿No será que la idea es licuar?». Esta presunción de parte del mercado es nociva, en tanto y en cuanto se traduce en una expectativa de nominalidad creciente (espiral tipo de cambio-precios-salarios-tipo de cambio).
Los recientes anuncios del Gobierno, aún incompletos dado que no se conoce cómo se reredactará el acuerdo con el FMI, implican que el financiamiento pendiente de desembolso de parte de dicho organismo (a fines de este año serán unos u$s 29.000 millones) no sólo no será preventivo, sino que se utilizará en su totalidad para cubrir las necesidades de financiamiento del tesoro nacional durante 2019.
Este anuncio tiene dos consecuencias: primero, revela que la vulnerabilidad de la economía argentina es más elevada que la esperada; segundo, que el financiamiento del FMI no estará disponible para reforzar las reservas del BCRA y atender la demanda de dólares. Asimismo, se anuncia una medida importante sin un marco y en forma aislada, como se ha venido haciendo desde hace varios meses, lo cual claramente le resta efectividad. Y la respuesta de los mercados, tanto de activos financieros (bonos y acciones) como del cambiario, reflejan las preocupaciones que se desprenden de la falta de un programa transparente, una hoja de ruta, donde enmarcar el día a día de la política económica del Gobierno.
Las autoridades económicas y políticas deberían abstenerse de generar más incertidumbre a partir de sus acciones (u omisiones) y no deberían desperdiciar tantas oportunidades para armar un «paquete» que les permita retomar la iniciativa.
A medida que el gradualismo comenzó a dar señales de fracaso el presidente Mauricio Macri se animó a pronunciar palabras prohibidas, palabras tabú, para la política argentina: reforma, ajuste, Fondo Monetario Internacional. Ahora falta pronunciar otras como «Ministro de Economía» y «paquete» o «programa» o «modelo». Más de lo mismo es un ticket seguro rumbo a que los resultados sigan siendo los mismos.
El frenazo de la actividad económica, la fuerte depreciación del peso y una tasa de inflación más elevada permitirán una progresiva corrección de los desequilibrios macroeconómicos (el externo, el fiscal y el monetario), pero la incertidumbre y la falta de confianza seguirán imponiendo el ritmo de los mercados en el día a día.