Crece la expectativa por la reedición del “dólar soja” para afrontar la sequía en el verano y también la preocupación por las dificultades en el acceso al financiamiento privado que evidenciaron las últimas operaciones de deuda
Aunque el lanzamiento de programa de Precios Justos, con una amplia convocatoria, pareció darle algo de oxígeno a la gestión económica, lo cierto es que en el tablero de control que maneja el ministro de Economía, Sergio Massa, subió la intensidad de luces de alerta, que en verdad no habían llegado a apagarse. Y nuevamente el frente cambiario se presenta como el mayor desafío.
Si bien las cotizaciones libres del dólar apenas reaccionaron durante el cierre de la semana, las ventas constantes de divisas del Banco Central que suman unos USD 1.200 millones desde el fin de la vigencia del “dólar soja”, dejaron expuesta la dificultad de la entidad no sólo para acumular reservas sino incluso para preservar el colchón acumulado durante septiembre. Operadores del mercado y analistas volvieron así a calcular diariamente el nivel de reservas netas, ejercicio que habían abandonado durante algunas semanas, mientras “llovían” los dólares del campo en virtud del tipo de cambio preferencial otorgado a los exportadores sojeros.
¿Tormenta perfecta?
Y recrudecieron los temores a una tormenta perfecta: un flujo de ingreso de divisas que se redujo no sólo respecto al mes pasado sino también en comparación al mismo del año pasado, al punto de encaminarse a ser uno de los peores noviembres en los últimos diez años, con una estimación de apenas USD 1.000 millones dólares para abastecer una demanda que se mantiene intensa. Fuentes oficiales admitieron que la bola de nieve que generaron las restricciones al pago de importaciones impuestas durante el año, que obligaron a muchas compañías a buscar financiamiento propio, empezó a impactar en el saldo diario de intervención el mercado cambiario, presión que persistiría firme durante los próximos meses.
Del lado de la oferta, en tanto, no sólo el atraso cambiario desalienta el ingreso de dólares; también lo hace la perspectiva de una menor disponibilidad por parte del agro, ya que las condiciones climáticas empeoran cada día las proyecciones en materia de producción y exportación de granos, al menos durante el verano. En ese marco, el mercado comienza a especular con una nueva edición del “dólar soja” que capture remanentes aún sin liquidar, aunque probablemente insuficientes para pavimentar un camino sin sobresaltos hasta mediados del año próximo.
Sin contemplar el remanente de vencimientos del último bimestre de este año, los vencimientos acumulados entre enero y septiembre de 2023 superarían los $11 billones
“Dado que el endurecimiento en los plazos para el pago de importaciones tiene un efecto muy limitado en la demanda de divisas ya autorizada a los importadores, aumentan las chances de alguna reedición del “dólar soja” para no incumplir nuevamente los compromisos con el FMI. Sin embargo, un nuevo tipo de cambio diferencial tendría efectos secundarios como una expansión monetaria mayor a lo esperado estacionalmente”, destacó el informe semanal para sus clientes de Delphos Investment. La medida no sólo requeriría la aceptación del FMI de la aplicación de múltiples tipos de cambios sino que también dejaría en clara evidencia la incapacidad estructural para acumular reservas en virtud del atraso cambiario.
Pesos pesados
Al mismo tiempo, también el mercado de deuda en pesos comenzó a mostrar signos de agotamiento. Es la interpretación que prevalece tras los resultados del canje del jueves último, en el que Massa buscó descomprimir vencimientos por $1,5 billones que operaban a fin de mes y en diciembre pero sólo logró postergar 61% de ese monto, con la participación casi excluyente de los organismos públicos. La capacidad de financiamiento privado, incluso con instrumentos atractivos para los inversores como el bono dual, vuelve a surgir como una dificultad no menor. Sin contemplar el remanente de vencimientos del último bimestre de este año, los vencimientos acumulados entre enero y septiembre de 2023 superarían los $11 billones, sin contar colocaciones adicionales para financiar el déficit. Aun cuando entre 50% y 60% de ese volumen se encuentra en manos del sector público, la refinanciación de al menos $ 5 billones antes de las elecciones de octubre no parecen tarea sencilla.
Magia menguante
“Los trucos de magia van perdiendo su efecto y se llegó a un punto en el que el mercado de capitales local ya no resiste instrumentos largos”, opinó Leonardo Chialva, socio de Delphos. “Se creó el bono dual para los bancos, que ahora están muy cargados y ya no tienen margen para seguir comprando. Los fondos comunes de inversión, después de la corrida de mitad de año, huyen de cualquier título largo. Las compañías de seguro son, en definitiva, un mercado chico y también ya están empapeladas”, profundizó.
A diferencia de lo que ocurre con los bonos en dólares en manos de fondos extranjeros, que en las últimas semanas registraron una mejora, la incertidumbre respecto del manejo de la deuda en pesos manda entre los inversores locales. “Los bonos en dólares ya incorporan en sus precios una reestructuración (agresiva) pero nadie la espera antes del nuevo gobierno. En cambio, en el mercado de pesos, la incertidumbre es muy superior, porque comienza a descontarse una cierta probabilidad de una reestructuración, que incluso podría darse antes de las PASO. Si uno mira los vencimientos, en agosto de 2023 hay una pared y nadie quiere renovar deuda más allá de ese plazo”, apuntó Emiliano Anselmi, economista jefe de PPI.