La Argentina cuenta con recursos naturales y humanos; qué podemos aprender como sociedad, para poder salir adelante, de lo que pasó en los últimos tiempos
Por Claudio Zuchovicki
Esta semana necesito recibirlos en este espacio con un título que proviene de una frase de un gran referente de los mercados a quien admiro mucho, pero que no me deja citarlo. Casualmente es el mismo que me enseñó lo siguiente: “Cuando una persona con mucho dinero negocia con otra que tiene mucha experiencia, la que tiene experiencia termina con el dinero y el que tiene dinero conseguirá la experiencia”
La Argentina no tiene un problema de capacidad de pago ni de capacidad de trabajo; tiene un problema de voluntad de pago. Cuando elegimos dirigentes mentirosos y verseros eso no habla de ellos; habla de nosotros que elegimos promesas de soluciones mágicas y facilistas que solo pueden ofrecer los mentirosos.
Nos gusta aferrarnos a un dogma, a un fundamentalismo y esperar que alguien o algo nos salve. En fin, nos gusta depositar en otro nuestra fe en estar mejor y también nuestras culpas en caso de no mejoren las cosas.
Pero, ¿saben qué? Esta semana tengo la necesidad de ver el vaso medio lleno. Por eso, me voy a quedar con una frase que dice: “Somos un país quebrado, pero aún rico”. Nuestra riqueza no solo se basa en recursos naturales, sino también en recursos humanos, con emprendedores que aprendieron a crear en ambientes hostiles y que se destacan más allá de nuestras fronteras.
Los precios son un idioma que refleja distintos estados de ánimo. Por ejemplo, por miedo, un barbijo llegó a valer más que un barril de petróleo, o, por avaricia, una empresa punto.com sin contenido y sin ganancias llegó a valer más que una compañía tradicional.
El dato curioso y positivo, a mi entender, es que hay inversores profesionales que han comenzado a notar que la mala política comenzó a perder poder de daño, y que la dignidad de los ciudadanos puede más que la dádiva de una moneda ya sin valor.
Noto, además, que la mayoría de los argentinos aprendimos ya que no se puede vivir con déficit fiscal.
Una de mis frases de cabecera en el mundo financiero es la que indica que, tarde o temprano, las cosas terminan valiendo lo que tienen que valer y que todo correlaciona a una media. Si te está yendo muy bien, comenzá a ahorrar (ningún árbol llega al cielo, diría el gran Carlos Fontana). Si todo está muy mal y ya perdiste hasta la esperanza, tranquilo, es el momento en que las cosas empiezan a cambiar. La frase de TikTok sería: hoy no es para siempre.
Para reflejar el valor tiempo del dinero, déjenme jugar con el siguiente ejemplo: el 5 de enero de 1965, cuando nací, una acción del mayor vendedor de hamburguesas del mundo valía 1 dólar. En aquel momento, “un combo” de ese lugar costaba 0,25 centavos. Es decir, con un dólar compraba 4 hamburguesas.
Hoy en día, la acción vale 290 dólares. Con eso puedo comprar 42 hamburguesas (se nota en mi cuerpo que yo elegí las hamburguesas en lugar de las acciones).
Lo más significativo es que si mis padres me hubiesen comprado 1000 acciones por 1000 dólares cuando nací, hoy tendría 290.000 dólares. Este es el fundamento que siempre utilizo para regalar acciones y no un babero cuando nace un ser querido.
Desde que nací han pasado pandemias, guerras, terremotos, sequías, crisis políticas, cambios de gobierno. Pero, a largo plazo, las cosas se acomodan.
Es necesario que le enseñemos a la próxima generación que se puede subsidiar a millones de personas para asistir a marchas, o bien utilizarlas como soldados políticos. Pero, ¿de dónde sale ese dinero, del ahorro de los bolsillos del líder de turno, o de la emisión estatal? Si la respuesta es la segunda, ¿cuánto tiempo llevaría para que la inflación deteriore el poder adquisitivo del dinero recibido?
Enseñemos a los más jóvenes que el dinero resulta ser, con mucha frecuencia, la forma más cara de motivar a la gente. La educación y las normas morales no solo son más baratas, sino que a largo plazo son también más efectivas.
Enseñemos a nuestra próxima generación que vale la pena el esfuerzo y que aquel que lo hace tiene más probabilidad de progresar y de cumplir sus metas. ¿Vale la pena esforzarse y arriesgarse a emprender algo dando trabajo, para ganar solo un 30/35% de todo lo que uno genera, puesto que el resto se lo lleva el Estado vía impuestos?
No entremos en ideologías ni en cifras. Solo usemos el sentido común: ¿qué haríamos muchos en ese caso? Muchos se irían del país, porque la mayoría pierde el incentivo para crear, para arriesgar, para crecer.
Es necesario que enseñemos a la próxima generación que lo más lógico en una familia es no intentar fabricar uno mismo todo lo que se consume. El panadero no intenta fabricar sus propios zapatos, sino que se los compra al zapatero, quien los hace de manera más eficiente. El zapatero no intenta hacer su propia ropa, sino que contrata a un sastre y, así, se logra un desarrollo más inclusivo, fomentando las especializaciones con ventajas comparativas. (Adam Smith).
Enseñemos a nuestra próxima generación que, cuando la mitad de las personas llega a la conclusión de que ellas no tienen que trabajar porque la otra mitad está obligada a hacerse cargo de ellas, y cuando esta otra mitad se convence de que no vale la pena trabajar porque alguien les quitará lo que han logrado con su esfuerzo, eso es el fin de cualquier nación. “No se puede multiplicar la riqueza dividiéndola” (Ayn Rand).
¿Se han preguntado alguna vez qué hacemos como sociedad cuando, finalmente, somos nosotros, los consumidores, los que determinamos quién será exitoso y quién no?
Siempre les pregunto a mis alumnos si los medios online arruinaron a los periódicos. La respuesta inmediata es que sí. Luego les pregunto dónde leen las noticias. La respuesta inmediata es ‘en línea’. Entonces, ¿quién mató a los periódicos?
Es necesario que le enseñemos a la próxima generación que no tiene sentido limitar los beneficios que alguien puede obtener por su trabajo, o limitar su riqueza. Si hubiéramos prohibido a George Lucas ganar más dinero, no hubiera podido financiar ni filmar nuevas películas. De igual manera, si hubiéramos limitado a Sergey Brin, no se seguirían innovando en aplicaciones que facilitan la vida y crean empleo, o si hubiéramos restringido a Bill Gates, Windows no tendría versiones nuevas.
El beneficio económico es una fuente válida de motivación para mejorar nuestra profesión.
La mayoría de los ricos (los que no robaron o heredaron) lo son porque nosotros queremos que lo sean, porque ofrecen un producto que los demás adquirimos. ¿O, acaso, no hay gente que hace cola para comprar lo último de Apple o para comer en un buen restaurante?
Pero también es necesario que enseñemos a la próxima generación a ejercer la condena social no consumiendo productos producidos por empresas que contaminan o que corrompen para obtener ventajas.
Somos capaces de pagar 15.000 pesos para ver un partido de fútbol sabiendo que las mafias nos roban a través de trapitos que dicen cuidarnos el auto, pero cuando necesitamos ir al médico y nos cobra 10.000 pesos por darnos un diagnóstico, los tratamos de aprovechadores.
En fin, los beneficios provienen de nuestra libertad de decisión. Por ejemplo, ¿alguna vez pensaron en qué pasaría si, como condena social, dejamos de votar a aquellos que les quitan la libertad de decisión a nuestros hijos?