Por Santiago Bulat
1. Especuladores. “Lo que necesita el país es emprendedores que arriesgan y dar trabajo, no de especuladores financieros que encuentran en inversiones cortas –bonos, títulos, acciones– lo que a otros les cuesta muchos años de sacrificio y esfuerzo trabajando”, expresó hace poco el presidente Alberto Fernández. En el discurso público ha calado hondo la idea de que la inversión financiera está disociada de la real. Eso es decididamente falso. No existirían las inversiones financieras si no existieran las necesidades de financiamiento de la economía real. Ni queremos imaginar qué hubiera pasado si los especuladores no hubieran financiado parte del déficit de este año.
2. Plazo. Las inversiones de corto plazo son distintas de las de largo plazo. Los negocios más deseables son los que combinan una tasa de retorno atractiva con un riesgo moderado o bajo y que se mantenga a lo largo del tiempo, dado que a ambas partes les da previsibilidad. Quien toma prestado dinero para comenzar o ampliar su proyecto tiene claro en cuánto tiempo deberá pagarlo y a qué costo. Al inversor (¿especulador?), esto le permite saber cual será el retorno y a lo largo de que período. Es probable que en el mientras tanto las cotizaciones de los activos se muevan o que el contexto global cambie para bien o para mal, pero bajo el compromiso asumido con su acreedor, sabe que recibirá una determinada renta por haber invertido en ese proyecto, sin importar qué suceda con el resto de las variables. Pero cuando los proyectos son muy arriesgados, el equipo que lo desarrolla es poco confiable, o los ingresos están sujetos a mucha volatilidad, aparecen inversores de corto plazo.
3. Instrumentos. Las acciones nacieron para financiar proyectos de la economía real. Tener una acción te convierte en dueño de un porcentaje de una empresa. Quienes inician el proyecto venden acciones para financiarlo. Los bonos son títulos de deuda públicos o privados (en este caso, obligaciones negociables) emitidos para financiar déficits temporales. Los cheques, los pagarés, las facturas pueden transaccionarse para conseguir financiamiento de corto plazo cuando falta liquidez. Los futuros, por los cuales se cierran precios de activos o monedas antes de la transacción, sirven para dar previsibilidad al valor de la venta. Los plazos fijos, para que los bancos puedan captar dinero y ser prestamistas ante quienes quieren comenzar sus proyectos. Y la lista podría continuar.
4. Antecedentes. El país tiene una historia que la condena y un riesgo intrínseco muy elevado, con poco margen para generar alta rentabilidad. Hoy no hay compradores de acciones locales ni de bonos por la poca perspectiva de estabilización y crecimiento, y de los últimos, por su (in)capacidad de repago. Los cambios de reglas, los defaults, confiscaciones de ahorro, han derivado en que los inversores busquen rentabilidad en el corto plazo y huyan de los activos cuando la situación es inestable. Este es posiblemente el argumento vox populi, por el cual una tan valiosa expresión como la de inversor que financia proyectos ha devenido en la de simple especulador.
5. Regulaciones. Las instituciones financieras accionan como reguladores del sistema para que sea sano y no permita fraudes. Las reglas macroprudenciales (capítulo aparte) sirven para contrarrestar los efectos distorsivos que afectan a la estabilización de economías vulnerables. No juzguemos a quienes se animan a financiar proyectos locales, incluso los agujeros del Gobierno; allanemos el camino para que prioricen las inversiones de largo plazo.