El frente financiero, fiscal, comercial y el flujo de inversiones quedaron seriamente comprometidos a la hora de frenar la recesión. La renegociación de la deuda, un factor clave pero tal vez insuficiente para generar un cambio de expectativas.
Descontado el impacto recesivo que tendrá la expansión del coronavirus a nivel mundial y también local -la mayoría de bancos y consultoras económicas ya revisan a la baja la proyección de actividad en la Argentina, ahora en torno a 2% de caída-, las vías de contagio que impedirían una recuperación, incluso después de la renegociación de la deuda, son múltiples. El frente financiero, fiscal, comercial y el flujo de fondos disponible para financiar una etapa de reactivación quedan comprometidos en el nuevo contexto de la pandemia. Todas las proyecciones que haya hecho el ministro de Economía, Martín Guzmán, e incluso la misión del Fondo Monetario que dejó el país el viernes pasado, son hoy papel mojado.
El primer canal de transmisión, el más inmediato y obvio, es el financiero. En ese frente, los precios de los activos argentinos tocan por estos días mínimos impensados, que llevan a las valuaciones bursátiles de las empresas locales a cifras en otros momentos consideradas ridículas, como Edenor en apenas USS 98 millones o YPF en USS 2.100 millones. Pero, a nivel macroeconómico, el foco está puesto en la deuda pública, la necesidad de su inminente reestructuración y el alcance, ahora más acotado, que tendría su resolución.
Lo que hasta hace pocas horas era para los analistas un diagnóstico con escenarios binarios, en función de un acuerdo o no con los bonistas, trocó en un panorama más parejo y oscuro. Ahora la duda es si será suficiente una renegociación relativamente exitosa con los acreedores privados, cerrada antes de que expire el período de 30 días de gracia para los vencimientos de abril a los que el presidente Alberto Fernández ya se insinuó se insumirían, para generar un cambio de expectativas.
“Antes de la expansión del coronavirus, se podía pensar que sí. Pero el contexto actual de total aversión al riesgo hace que el desafío sea mucho mayor”, opinó el economista Luis Secco, director de Perspectiva@s Económicas.
El consultor describe la trampa a la que se podría encaminar la economía argentina: el nivel de recaudación inexorablemente va a caer, no sólo por la caída de la demanda doméstica sino también por el menor ingreso de impuestos a las exportaciones -que se verán afectadas en volúmenes y precios. Esa caída implicará mayor déficit fiscal, lo que ya fue admitido en los documentos que el Gobierno presentó ante la SEC, el organismo regulador del mercado de Estados Unidos, para reestructurar la deuda. En el contexto de falta de financiamiento externo, ese mayor déficit no tendría otra manera de ser financiado más que con emisión monetaria. El único atenuante sería la caída en el gasto por los subsidios energéticos, pero no lo suficiente para hacer cerrar los números.
A partir de ahí, el círculo vicioso se vuelve conocido, con mayor presión inflacionaria y cambiaria que pueden derivar en devaluación o fuerte ampliación de la brecha. Está claro que ese entorno es el menos propicio para atraer inversiones, aun cuando la deuda haya sido un escollo superado.
Llegar a esa instancia, sin embargo, puede implicar ahora un desafío mayor aun cuando los retornos negativos a nivel internacional son considerados por algunos analistas un incentivo a buscar alternativas más rentables en los mercados emergentes como la Argentina. La contracara de ese argumento es que los grandes fondos de inversión con fuertes tenencias de bonos argentinos buscan una rápida salida al conflicto para, una vez reestructurados, poder desprenderse de los nuevos bonos y reorientar ese dinero a nuevas inversiones. Pero, ante la falta de rendimientos atractivos y alternativas para ubicar ese capital, la urgencia de estos acreedores ahora es menor, lo que podría llevarlos a endurecer sus posturas y dilatar así la negociación. En ese marco, una propuesta que los bonistas ya anticipan excesivamente hostil sería doblemente contraproducente, con paridades de los bonos que caen peligrosamente a niveles interesantes para acreedores mucho más adversos, incluso fondos buitres.
Es obvio, además, que tampoco a los fondos de inversión escapa el empeoramiento de las perspectivas macroeconómicas del país, lo que podría tal vez poner a prueba la teoría del ex ministro y presidente del Banco Central, Alfonso Prat Gay, quien proponía “negociar con el país de rodillas” en los tiempos del default de 2002.
En el endurecimiento de las condiciones económicas habrá dos factores de externo de peso determinante. El primero es global. “Lo que al principio tuvo un efecto de disrupción en cadenas de suministro y afectó la producción, es decir la oferta, pasó ahora a ser un problema de demanda. Lo que ocurrió fue una destrucción masiva del ahorro, lo que condicionará también la demanda”, puntualiza Secco, quien vaticina que por ende quedarán limitados los flujos de inversión. “No hay mecanismos para financiar niveles de inversión más altos”, acota.
El segundo factor es regional y neutralizaría uno de los grandes motores para el crecimiento de la economía argentina que seguía prendido: Brasil. El país vecino recortó su proyección de crecimiento para este año y, si bien lo hizo en apenas 3 décimas, el consenso del mercado brasileño es que el impacto será mayor. Esto supone una doble complicación para la economía local, que viene perdiendo competitividad desde principio de año respecto de su principal socio comercial, no sólo en términos de tipo de cambio -Brasil devaluó 18% mientras que la Argentina lo hizo 4%-, sino también gracias a reformas estructurales que ya le otorgaban ventaja.