La economía se debate entre la presión inflacionaria y la urgencia electoral. La distorsión en los precios relativos y las velocidades a las que se ajustan los precios son una medida de la inflación reprimida.
A pesar del cuasi congelamiento de tarifas, el cepo y un dólar oficial que sólo subió 17,8% en lo que va del 2021, la inflación arrojó, en el mes de septiembre, un 3,5%, respecto de agosto, acumulando en los primeros 9 meses del año un 37%. En los últimos 12 meses la inflación alcanzó el 52,5%, siendo este el mayor guarismo desde enero de 2020. Por otra parte, es el mayor registro inflacionario desde marzo pasado (4,8% mensual). La falta de un plan macroeconómico de estabilización hace que cualquier medida destinada a recomponer el salario real se termine licuando en términos nominales.
Anclar el dólar oficial como instrumento para controlar la inflación no estaría funcionando ya que, en lo que va de 2021, subió 17,8% mientras que la inflación fue de 37% (hasta septiembre). En efecto, el mes pasado el dólar oficial subió solo 1% y la inflación fue de 3,5%. De profundizarse el atraso cambiario, el riesgo es que sea imperante una corrección tarde o temprano para evitar que el BCRA se quede sin reservas netas. Con este escenario, es muy complejo que en los próximos meses la tasa de inflación baje.
Tomando el último dato de septiembre, la inflación núcleo subió 3,3% mensual (0,2 puntos porcentuales por debajo de la inflación general). Mientras que, por su parte, los precios estacionales tuvieron un alza del 6,4% y los regulados subieron 3% mensual. En otras palabras, en los últimos 12 meses, la inflación núcleo acumuló una suba de 57%. Lo cierto es que los componentes de la inflación siguen teniendo una dinámica muy heterogénea ya que, en septiembre, la inflación de los bienes (IPC-Bienes) acumuló 56,4% interanual. Casi 4 puntos más que la inflación general. Mientras que, asimismo, el IPC-Servicios trepó el 42,9%. Esta diferencia responde a las tarifas de servicios regulados. Algo similar pasa con la inflación núcleo, los precios estacionales y los precios regulados. La inflación núcleo tuvo una variación interanual de 57%, los precios estacionales 50,8% y los precios regulados 38,6%.
En sí, la distorsión en los precios relativos y las velocidades a las que se ajustan los precios son una medida de la inflación reprimida. Es decir, que en el futuro podrían tener un impacto inflacionario (si se opta por corregir esas distorsiones). Esto también es parte del cuadro que complejiza la posibilidad que la inflación baje en los próximos meses. De sostenerse esta tendencia y esta dinámica, es probable que la inflación interanual termine el 2021 en 51,6%. Y se mantendría, todo el segundo semestre de 2021, arriba del 50%.
De cara a las próximas elecciones, se aceleró el impulso fiscal para intentar achicar la diferencia. Dicho plan podría llegar a ser de hasta 0,4% del PBI ($168.000 millones). Pero para el mercado será financiado con emisión monetaria. Si bien es muy difícil que revierta la dinámica del consumo interno, esto tiene un impacto negativo por el lado de las expectativas ya que propicia una aceleración inflacionaria y una mayor tensión cambiaria en los próximos meses. En términos monetarios, este plan podría tener un costo fiscal estimado entre 0,3% y 0,4% PBI (entre $126.000 y $168.000 millones). Es un impulso fiscal muy acotado y aún se sigue manteniendo dentro la meta de déficit fiscal primario (debajo del 4% del PBI).
En síntesis, a partir de la lectura que se hace sobre la inflación y las inyecciones monetarias, se comienzan a disparar las cotizaciones de los dólares alternativos y del dólar blue, cae la demanda de pesos y se profundiza el proceso de dolarización (típico de los años electorales). El proceso de “desinflación”, que comenzó en abril (tras una inflación de 4,8% en marzo de 2021), al costo de un mayor atraso cambiario, parece haber llegado a su fin. Con el riesgo de que una corrección del tipo de cambio oficial, como parte de las negociación con el FMI, acelere aún más los precios en el corto plazo.