Regreso a casa en el AR1673 y mientras sobrevuelo cielos patagónicos una experiencia me hace reflexionar sobre la creatividad, las motivaciones, los incentivos y la biodiversidad, también en las organizaciones.
En el vuelo venía Ciro Martínez (de Ciro y los Persas, ex líder de Los Piojos), yo no soy muy rockera y si no fuera porque algunos se acercaban a saludarlo no lo hubiese reconocido. Ya en Buenos Aires me animé a pedirle selfie y con la humildad de los grandes accedió amigablemente. Por tres días seguidos escuché todos los discos de “Los Piojos”, de “Ciro y Los persas”, entrevistas a Ciro, y me alegré de descubrir un universo desconocido.
En todas las sociedades inmunitarias y de castas está fuertemente prohibido tocar a los distintos; sólo los pertenecientes a la misma casta pueden y deben tocarse entre sí. Por este motivo, las sociedades de castas conocen poca creatividad e innovación, porque siempre es la biodiversidad la que tiene capacidad de crear.
Escribe Luigino Bruni, economista italiano, que las personas pierden creatividad cuando, con el paso de los años, reducen el contacto con los distintos. Algo parecido está ocurriendo también con las élites de las organizaciones e instituciones, y por lo tanto también de las empresas: la cultura inmunitaria que les lleva a no contaminarse determina su esterilidad y su decadencia. Gran parte de nuestra capacidad de crear y de nuestra fuerza y energía, dependen del contacto con otras humanidades, culturas y vidas. La esperanza y la excelencia nacen y renacen a partir del encuentro entre humanidades enteras.
Hace falta que nuestras organizaciones se llenen de artistas, de poetas, de músicos, de pobres, de “los distintos”. El futuro del ser humano pasa por la creatividad y no por una cínica homologación.
La belleza de la vida social depende sobre todo del juego de las diferencias que se entrecruzan. La tierra no es hermosa sólo por la variedad de mariposas y flores. La diferencia entre los distintos modos y maneras de hacer economía, empresa, finanzas y banca también genera mucha belleza. Pero más grande aún es la belleza que nace de las diferencias entre personas, del encuentro de talentos diversos y del diálogo entre motivaciones distintas.
Pensé por un momento que el compañero que se sienta a mi lado en la oficina es pianista (concertista), que más allá hay otro que toca en una banda de rock, que a su lado está otro chico que es bombero voluntario, que hasta hace poco trabajaba con nosotros una payamédica, y que hasta un director tiene una banda, también de rock, con trayectoria.
El nuevo capitalismo se ha dado cuenta de que, si no se activan las motivaciones y los símbolos humanos más profundos, las personas no dan lo mejor de ellas mismas.
Cuando activamos la pasión, el espíritu, los ideales, nuestros comportamientos efectivamente escapan al control de las organizaciones. Nuestras acciones se convierten en imprevisibles, porque son libres. No habría investigación científica, poesía, arte ni espiritualidad verdadera sin motivaciones intrínsecas, como tampoco existirían muchas empresas, comunidades y organizaciones que nacieron de la pasión y los ideales de sus fundadores y se mantienen vivas porque alguien sigue trabajando no sólo por dinero. Toda creatividad verdadera tiene una necesidad esencial de motivaciones intrínsecas.
Pero para cuidar las relaciones en nuestras empresas, la creatividad de las personas y sus motivaciones, debemos ponerlas en manos de nuevos directivos humanistas, personas expertas en humanidad, con vida interior, capaces de escuchar, de cuidar, de atender los sufrimientos de las organizaciones. Pero las escuelas de negocios se concentran exclusivamente en los instrumentos y en las técnicas, cuando deberían hacer que sus alumnos estudiaran poesía, arte, filosofía, espiritualidad.
Tenemos que ser capaces de crear organizaciones habitadas por trabajadores más creativos, felices y humanos.
Muchas obras de arte, así como muchas canciones, que siguen embelleciendo nuestra tierra han nacido de motivaciones muy superiores a los incentivos económicos. Así se constata que la gratuidad no tiene precio cero, sino un precio infinito.
Ciro vino casi todo el vuelo mirando por la ventanilla, me pregunto si estaba soñando un nuevo tema o sólo estaría pensando en…”qué voy a hacer con tanto cielo para mí”…