Cuando uno recorre obras en el mundo desarrollado, encuentra que se parecen cada vez más a laboratorios de montaje con obreros altamente capacitados, que operan y se comportan como verdaderos profesionales de la construcción.
En nuestro país seguimos edificando artesanalmente, y no contamos con fábricas de casas de última generación. Afuera hay, hoy en día, patentes alemanas, chinas y de EEUU extraordinarias que permiten construir viviendas mejores, más baratas y mucho más rápidamente.
Importar casas es una opción dificultosa. Pero fabricarlas acá con tecnología global de punta, parece una solución solo impedida por un par de decenas de millones de dólares de inversión, que harían falta para montar la planta. Además, como sabemos, subsiste un fuerte prejuicio cultural respecto de la construcción industrializada, y adicionalmente hay restricciones regulatorias y oposición sindical.
Sin embargo, todas esas barreras se terminarán derribando en los próximos años. De hecho, algún tímido avance ya se ve con la aprobación del steel frame y los sistemas constructivos en madera.
Al tiempo que las hipotecas en Uvas para los compradores se sigan generalizando, y los impuestos distorsivos se vayan adecuando lentamente a la racionalidad, para hacer viviendas en volumen solo quedará esta última barrera: la que impide la industrialización en serio, que más temprano que tarde, también será derribada, en el marco del indefectible proceso de normalización de nuestro país.