Por Luis Secco
El programa económico actual fue pensado para estabilizar el dólar y sacarlo del centro de atención de la opinión pública. La idea clave que prevaleció desde octubre pasado, y en cada una de las modificaciones que se introdujeron desde entonces en el diseño de la política cambiaria y monetaria, fue que con el dólar en el foco de la escena no había chances de ganarlas elecciones. La política económica (el programa) persiguió ese objetivo, aun cuando ella tuviera consecuencias negativas sobre la actividad. Porque, en el mejor de los casos, la reactivación sería mediocre e imperceptible (salvo en el sector de los agro negocios). En otras palabras, era preferible sacrificarla recuperación de la actividad económica que no aseguraba resultados electorales, a cambio de una mayor estabilidad cambiaria que sí podría hacerlo.
Vamos llegando a las elecciones y el Gobierno luce conforme con los resultados obtenidos. Sin embargo, aún falta confirmar en las PASO que su diagnóstico fue el correcto, o sea que sus chances electorales efectivamente mejoraron gracias a la estabilidad cambiaria. Además, es bien sabido que no conviene cantar victoria antes de tiempo, porque no habría que pasar por alto que detrás de la estabilidad cambiaria se esconde una oferta elevada que más que alcanza para satisfacer una demanda de dólares que, por cierto, no resulta para nada despreciable. En efecto, la demanda por atesoramiento estaría en el orden de los USD1,800 millones, lo cual resulta superior al promedio histórico de USD1,200 M mensuales, aunque todavía está por debajo de otros períodos pre-electorales. Y tanto una como la otra podrían modificarse abruptamente (la oferta privada para abajo y la demanda para arriba)si el resultado de las PASO incrementara la incertidumbre política, léase: si aumentara la probabilidad de triunfo de la oposición peronista. La demanda podría verse alimentada además por una incipiente sensación de atraso cambiario (el tipo de cambio real contra el dólar se apreció un 17% desde septiembre), a pesar de que todavía el peso está depreciado, en términos reales en relación al dólar, algo más del 40% respecto de finales de 2017, un 33% en comparación con diciembre-15 y 31% vs marzo-18.
Estamos frente a un programa con un objetivo loable, pero que no puede mantenerse invariable más allá de un par de trimestres más: la estabilidad cambiaria colabora con la estabilidad nominal, la cual es una condición necesaria indispensable para alcanzar cualquier otro objetivo (crecimiento de la actividad económica, reducción de la pobreza, mejora de la distribución del ingreso, etc.) pero ¿cuál es la causalidad relevante? Si no se cree que la estabilidad nominal se mantenga en el tiempo, o sea si no se cree que la desinflación es posible y duradera, usar el tipo de cambio como ancla sólo es factible durante algún tiempo. La reducción del desequilibrio fiscal primario, que de continuar al ritmo actual se convertirá en un ajuste de una magnitud nunca vista en la historia argentina, genera perspectivas favorables de que esta vez puede ser diferente. Pero como dijimos antes, no es cuestión de cantar victoria antes de tiempo. El ajuste tendrá que continuar. La pulseada por la credibilidad no fue ganada aún. Cualquier atisbo de interrupción de la corrección fiscal, independientemente de quién gane las elecciones, y cualquier relajación de la política monetaria y cambiaria que no vengan acompañadas de un programa integral de estabilización y reforma económica, generará un cataclismo de dudas y una nueva pérdida de credibilidad de la que será muy difícil reponerse. Porque aun cuando una política fiscal y monetaria más laxas pudieran permitir una recuperación de la actividad económica en el corto plazo (algo con lo que el Gobierno viene coqueteando mediante algunas medidas aisladas tomadas en las últimas semanas, como los programas Ahora 12 y Ahora 18, el Plan Autos y el Plan Motos), la recuperación se vería abortada por la aceleración inflacionaria-cambiaria que tales políticas generarían.
Podemos pensar el diseño de política económica que tendremos a partir de diciembre como una combinación de dos elementos: la política de estabilización macro y la agenda de reformas estructurales. Si se opta por el camino de la flexibilización del programa de estabilización y no se avanza con ninguna reforma estructural, será difícil evitar una corrección macro descontrolada. Y esto es independiente de quien gane las elecciones, aunque si el que eligiera una combinación tal fuese Mauricio Macri entonces es de prever que después de la corrección/crisis sí habría un programa más consistente en ambos frentes (el macro y el estructural).
Ahora bien, continuar con el esfuerzo estabilizador sin un componente estructural no es sinónimo de ausencia de tensiones o turbulencias de naturaleza económica. Las chances de éxito de la estabilización aumentan si una buena macro de corto plazo va acompañada de un programa integral de reformas que apunte al largo plazo.
Sin embargo, aun así la conflictividad social y política que podría traer dicho programa generaría dudas sobre la gobernabilidad y, eventualmente, podría ser factor de aborto de cualquier efecto positivo inicial. Creemos que la opción que más chances de éxito tiene es la que combina un programa de estabilización reformulado sobre la base de una baja no trivial de impuestos (y del gasto público) y un programa integral y ambicioso de reformas estructurales. En tal caso, la macro y la micro (lo estructural) tirarían para el mismo lado, se produciría un shock de expectativas positivo a partir de la percepción de que se está frente a algo nuevo y diferente (un verdadero cambio de régimen) y la economía saldría de la actual trampa de inestabilidad nominal y bajo crecimiento.
Claro, una cosa es lo normativo, el terreno de lo que debería ser, y otra cosa es lo viable, el terreno de lo que puede ser. Reconciliar uno con el otro es el desafío que el próximo presidente y todos los argentinos tenemos por delante.