Por Luis Secco
Los desequilibrios heredados de las administraciones Kirchner, preservados unos y agrandados otros, durante el gradualismo macro de los primeros dos años y medio del gobierno de Mauricio Macri, engendraron el esquema actual de política económica.
Me cuesta hablar de programa económico porque, más que frente a un programa con un enfoque integral y con capítulos claros donde insertar cada medida e iniciativa en un esquema de largo plazo, estamos en presencia de un armado de emergencia de cortísimo plazo cuyo objetivo central es superar la crisis de confianza generada por la reversión de los flujos de capitales y la falta de financiamiento externo.
Es cierto que Argentina adolece de la falta de un programa con una visión integral y que apunte al largo plazo desde hace décadas. Las urgencias de corto plazo han hecho de las suyas en ese sentido. Y lo siguen haciendo. La pregunta relevante es entonces si no habrá que pensar que no hay un momento preciso y adecuado en el que se puede avanzar. En otras palabras, muchas veces se posterga el debate y el armado de un programa de largo plazo porque la situación económica no es la conveniente (dadas las urgencias que genera la inestabilidad macro) o porque la situación política no da o porque la opinión pública no está preparada.
Pero, ¿alguna vez se darán estas condiciones? Muchos de los males que aquejan a la Argentina son de carácter estructural. Nos preguntamos reiteradas veces por qué siempre nos ocupan las mismas cuestiones urgentes: la inflación, los déficit (el fiscal y el externo), el valor del dólar y la disponibilidad de reservas.
Cuestiones que, además, en la mayoría de los países (incluso similares a nuestro país) no tienen el dramatismo del caso argentino. En definitiva, ¿por qué vamos de crisis en crisis? En primer lugar, no se termina de resolver de manera consistente y definitiva la vulnerabilidad fiscal. No sólo por una tendencia recurrente a incrementar el gasto público como instrumento de «construcción» política, sino también por la creciente ineficiencia de ese gasto.
Está claro que no hay gasto social, por más alto que sea, que pueda compensar las consecuencias de una macro inestable y la ausencia del Estado en materia de provisión de bienes públicos clave como la salud, la educación y la seguridad. Además, el Estado se financia recurriendo a impuestos malos, distorsivos pero que son fáciles de cobrar. Impuestos que atentan contra una asignación eficiente de los recursos productivos, contra la productividad, y contra la capacidad de crecer gracias a la inversión y a las exportaciones. El sistema tributario argentino ha sido construido sobre la marcha, de parche en parche, y no tiene en cuenta ningún criterio de largo plazo.
Lo mismo sucede también en materia previsional. Tampoco se resuelve la cuestión externa. El «costo argentino» es un obstáculo recurrente para la generación de divisas. Costo que está relacionado con la ineficiencia estatal y el sistema tributario, pero en el que también pesan los costos laborales, una infraestructura básica insuficiente y en muchos casos vetusta u obsoleta, la falta de una estrategia de desarrollo y de inserción internacional acorde, y la falta de ahorro interno y de un mercado financiero y de capitales profundo que permita financiar a un costo y plazo razonable las necesidades del sector privado.
En este sentido, Argentina tampoco ha podido darle respuesta al desafío de tener una moneda sana. Sin una moneda sana, la capacidad para ahorrar y movilizar domésticamente ese ahorro es prácticamente inexistente. Indexar (mediante UVA) no ha dado resultado hasta hoy. Aceptar una bimonetariedad mayor a la actual (mediante regulaciones que igualen el status jurídico del dólar con el del peso) podría ser una opción hasta tanto se deje atrás la inflación como fenómeno endémico y el peso vuelva a recuperar su capacidad para servir plenamente como medio de pago y de reserva de valor. De todas maneras, si no se quiere renunciar definitivamente a contar con una moneda propia, la clave será mostrar de manera permanente un fuerte compromiso y políticas efectivas de lucha contra la inflación.
Sin ese compromiso mantenido en el tiempo, la dolarización (adoptar al dólar como única moneda de curso legal) dejará de lucir como una curiosidad teórica para ser una opción realista (tal vez la única que quede). Por último, y volviendo a temas que hacen a la productividad y competitividad, todos los sectores de la economía enfrentan una regulación excesiva y en materia de comercio exterior la dependencia del Mercosur no ha hecho más que agravar los complejos argentinos respecto de la apertura y de los tratados internacionales (bilaterales o multilaterales) que pudieran favorecerla. Además, la falta de solución a la cuestión macro se traduce en muchos casos en políticas de intervención sectorial o micro, que terminan generando una maraña regulatoria aún más grande. Superar el fracaso de los últimas ocho décadas requiere pensar en grande. Requiere también de una gran dosis de liderazgo.
Ciertos consensos básicos son indispensables, para que los lineamientos primordiales sobre los cuales construir la Argentina de largo plazo se preserven de administración en administración. Pero, en algún momento el primer paso habrá que darlo. Si no, seguiremos lidiando con las mismas urgencias y las mismas angustias.
Luis Secco estará en Expo Inversiones Rosario 2018, a desarrollarse los días 10 y 11 de octubre en City Center Rosario