Los problemas generados por la alta inflación argentina se exacerban por la baja inflación de nuestros vecinos, lo cual se traduce en un crónico dilema de apreciación cambiaria relativa. En Sudamérica estamos solos en materia inflacionaria y esta cruel realidad genera una tendencia permanente a la pérdida de competitividad y una crónica presión hacia la devaluación del Peso Argentino.
¿Habrá llegado el momento de volver a comprar dólares en cualquiera de sus formas? El cepo y la inflación alta asfixian a la economía argentina condenándola a un ciclo interminable de devaluaciones sucesivas. Llegará el día en que esta criatura perversa se desarme de una vez y para siempre. Sin embargo, para el futuro cercano parecería no quedar otra opción que seguir tolerándolo y a este contexto interno se le suma un comportamiento monetario de nuestros vecinos mucho más disciplinado que ciertamente agrava la situación.
El problema no sólo es padecer de una inflación alta sino de sufrir una inflación alta en términos relativos. Con esto quiero decir que en materia inflacionaria estamos solos respecto a nuestros vecinos sudamericanos y esto nos condena a una trampa de permanente apreciación cambiaria y pérdida de competitividad. El mercado de monedas por definición siempre es un juego relativo porque no sólo nos obliga a considerar la dinámica local sino la política monetaria de nuestros vecinos y en este sentido Brasil, Chile, Uruguay, Colombia, Perú, Bolivia, han sido mucho más ortodoxos a nivel monetario. Lo paradójico es que la sola ortodoxia monetaria de nuestros vecinos nos pone en una trampa relativa en materia cambiaria.
Argentina devaluó su tipo de cambio nominal en 23% durante enero de este año y la inflación del 2014 en más o en menos rondará el 35%. Argentina está atrapada en un trampa de apreciación relativa de su tipo de cambio que a esta altura es crónica. En números redondos podemos decir que nuestros vecinos tienen una inflación promedio de 5/10% anual. Por lo tanto, queda claro que una Argentina inflacionándose en 25/20 puntos porcentuales por sobre el promedio de sus vecinos exhibe una tendencia a la apreciación cambiaria evidente y preocupante.
Argentina tiene dos problemas. Primero, padece de una inflación absoluta alta. Segundo, padece además de una inflación relativa alta. Si todos los países de la región padeciesen de una inflación del 30% anual, Argentina no tendría un problema de apreciación cambiaria crónica, la espada de Damocles es precisamente que estamos solos inflacionando y esta dinámica nos pone en una trampa relativa y perversa.
El problema de padecer una inflación muy por encima a la de nuestros competidores es que permanentemente genera una dinámica perversa sobre el tipo de cambio real que presiona permanente al tipo de cambio nominal. También es cierto y esto lo venimos observando desde enero de este año que devaluar sin un plan anti-inflacionario detrás termina generando más mal que bien y es cuestión de meses para que a la devaluación de enero se la termine comiendo la inflación que le siguió desde entonces. Pensar que devaluar sin plan no genera inflación es un grave error conceptual y la prueba está en la transferencia a precios que venimos observando en estos meses.
Ante un contexto de inflación baja en Sudamérica, tarde o temprano Argentina deberá romper el círculo vicioso en el que estamos atrapados: la inflación genera apreciación cambiaria real, que a su vez genera devaluación nominal, que a su vez genera inflación. La única forma de romper esta perversa y atrapante dinámica es shockear de una vez al sistema con una ortodoxia fiscal y monetaria lo suficientemente convincente como para moderar expectativas inflacionarias futuras y llegar a un punto en donde la devaluación nominal termine teniendo efectos sobre la competitividad.
El primer cuatrimestre del año claramente ha demostrado algo que en teoría monetaria es muy conocido: devaluar sin plan en un entorno de inflación alta termina licuando el efecto inicial. Conclusión: sin ancla antiinflacionaria Argentina está atrapada en una permanente pérdida de competitividad y ciclos de devaluaciones sucesivos, realidad que se exacerba por la ortodoxia monetaria que muestran nuestros vecinos.