El dinero fluye a mercados emergentes como no pasaba hace varios años. Pero las urgencias por el dólar, el fuerte déficit de las cuentas públicas y la falta de confianza de los inversores hacen que una vez más se deje pasar el tren. Ahora todas las fichas están puestas en el acuerdo con el FMI
Esta semana, en medio de una gran crisis institucional que se llevó puestos a dos presidentes, Perú consiguió colocar bonos en el mercado internacional por USD 4.000 millones. Una parte se consiguió a través de la emisión de un bono a cien años a una tasa del 3,5% anual, menos de la mitad de lo que pagó la Argentina por un instrumento similar en 2017. También emitió otros dos bonos más cortes que salieron a tasas inferiores al 3% anual en dólares.
Este caso es un botón de muestra de lo que está pasando en el mundo como un ‘efecto residual” de la pandemia: la megaemisión de moneda por parte de los principales bancos centrales del mundo para aliviar los efectos de la crisis. Esa expansión monetaria récord llevó las tasas a niveles mínimos históricos y los inversores buscan alternativas de inversión rentables, asumiendo más riesgos en el camino.
Pero Argentina la ve pasar una vez más. Durante noviembre la ANSES se dedicó a vender bonos en dólares para bajar el tipo de cambio financiero. Lo logró y hoy el “contado con liquidación” se mantiene en niveles de $ 150 luego de haber superado los $ 180 a fines del mes anterior. Pero esta venta de títulos mantuvo deprimidos los precios y el riesgo país se mantuvo cómodamente arriba de los 1.350 puntos.
En un mundo en el que hay financiamiento regalado para casi todos los países, no hay un centavo para la Argentina. El castigo de los inversores al “defaulteador serial” es obvio, sin que haya posibilidad de revertirlo en el corto plazo.
El Gobierno tuvo una gran chance con la renegociación de la deuda. Pero hizo todo mal. Martín Guzmán perdió la oportunidad de mostrar un sendero creíble de reducción del déficit fiscal y un programa económico. Prefirió dedicarse a una desgastante negociación con los acreedores, estirando los tiempos innecesariamente.
Con el agua al cuello
Con el agua (o el dólar) al cuello, hubo un atisbo de reacción. El ministro se comprometió a reducir el rojo fiscal previsto para el año que viene y disminuir la dependencia de la emisión monetaria para aliviar la presión cambiaria y sobre la inflación. Son señales de mayor ortodoxia, pero aún demasiado tímidas para el deterioro de la confianza que sufre el país.
La expectativa dentro del Gobierno es que el futuro acuerdo con el FMI represente un espaldarazo, consolidando además el camino hacia un programa económico que resulte consistente y cumplible. Pero los tiempos no juegan a favor, porque después del 20 de diciembre en Washington no queda nadie y recién la actividad se reasume a pleno después del 15 de enero. ¿Hay posibilidad de conseguir dinero fresco por parte del organismo? Casi imposible, teniendo en cuenta que los U$S 44.000 millones que el Fondo ya le desembolsó a la Argentina. Y mucho menos cuando desde el Senado el bloque de Frente de Todos pidió devolverlo en “varias décadas”.
El Central también celebró la mayor estabilidad cambiaria, pero está lejos de ver un horizonte despejado. La brecha cambiaria sigue arriba del 90% y genera distorsiones de todo tipo. En noviembre el Central vendió alrededor de U$S 400 millones, menos de la mitad que octubre. Pero aún con un cepo estricto no puede dar vuelta el balance negativo. Según las últimas estimaciones de consultores privados, las reservas netas de la entidad ya son negativas en U$S 1.300 millones.
Malos estímulos
La brecha estimula las importaciones y representa un peso para los exportadores, que no quieren liquidar a menos de $ 60 (tipo de cambio oficial menos retenciones), cuando el valor de la “calle” de la divisa supera los $ 150.
El superávit comercial de octubre fue decepcionante: apenas llegó a U$S 640 millones cuando los analistas esperaba arriba de U$S 1.000 millones. Las exportaciones caen además por décimo mes consecutivo. Y para el año que viene la consultora Abeceb estimó que el superávit caerá de U$S 15.000 millones este año a U$S 12.500 millones el año próximo. Al revés de lo que pregona el Gobierno, que es promover las exportaciones y conseguir dólares genuinos por esa vía para evitar futuras crisis.
La esperanza está puesta en la soja, que ya trepó por encima de los U$S 430, su mayor valor en cuatro años. Según estimaciones de Ricardo Arriazu, este salto de la oleaginosa podría aportarle a la campaña agrícola unos U$S 5.000 millones adicionales. Pero esos dólares frescos recién llegarán entre abril y mayo de 2021. Faltan aún cinco largos meses.
En estos días comienzan a proliferar las reuniones virtuales de bancos y sociedades de Bolsa con clientes para despedir un particular año. La intención de estos encuentros es tratar de “sacarle la ficha” al 2021. Una mirada está puesto en la economía, empezando por el dólar, el repunte de la inflación y la evolución de la actividad. Pero luego otro ojo está puesto en las señales políticas.
Allí es donde aparecen todos los fantasmas juntos, que no se disipan por algunas señales de austeridad que intenta Guzmán. La relación entre Alberto Fernández y su vice, Cristina Kirchner, la ofensiva judicial y el fuerte mensaje del impuesto a la riqueza –que se aprobaría esta semana- son los temas recurrentes.
Mariel Fornoni introdujo con algunos meses de anticipación el escenario electoral de cara al 2021. Y aunque falta mucho, planteó un escenario que no resulta cómodo ni mucho menos para quienes buscan entender cómo sigue la política argentina. Básicamente existen elevadas chances de que el Gobierno salga fortalecido, aún a pesar de la crisis del 2020, el pésimo manejo de las políticas sanitarias, el aumento de la pobreza y la desocupación.
Según la politóloga, hoy el escenario más probable es que luego de las legislativas el Frente de Todos quede con quórum propio en la Cámara Baja, mientras que en el Senado mantendría una diferencia holgada. De esta forma, el Gobierno podría manejarse casi a su antojo, con el control absoluto de dos de los tres poderes del Estado.