El Central está a punto de salir a comprar dólares, según el acuerdo con el FMI. Aumentó el optimismo oficial por el inicio de 2019
Pocos esperaban un arranque tan firme para los activos argentinos. Súbitamente, los inversores parecieron recuperar la confianza luego de un 2018 a los tumbos. Pasaron sólo tres jornadas financieras, pero las suficientes para generar un clima de medida euforia entre los principales funcionarios del Gobierno. «Éste va a ser nuestro año, la economía se va a recuperar y el Presidente va a conseguir la reelección. Se viene una nueva Argentina», le escribió el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, a varios de sus colegas de gabinete por WhatsApp en su mensaje de buenos augurios para 2019.
Diciembre fue un pésimo mes no sólo para los bonos argentinos, sino para los mercados internacionales. Wall Street sufrió una caída de casi 15% y el mundo emergente se vio sacudido por una nueva suba de la tasa de interés de la Reserva Federal. El riesgo país llegó a un récord en la era Macri de 830 puntos básicos y los bonos pasaron a rendir 14% anual en dólares. Además, el costo de asegurarse contra un default llegó a los niveles máximos.
El escenario parece haberse modificado casi de la noche a la mañana, sólo por el cambio de hoja del almanaque. En la primera semana del año, de apenas tres días, las acciones líderes subieron 6,5%, el riesgo país cayó 100 puntos básicos (hasta 730) y el dólar perdió más de 30 centavos. El tipo de cambio minorista cerró a $ 38,30, lejos de los $ 40 que amagó volver a tocar a mediados de diciembre.
Claro que los milagros no existen, al menos en los mercados financieros. Lo que hubo fue un cambio de percepción sobre el nivel de riesgo que enfrenta la Argentina por delante. El principal escollo es el electoral y la incertidumbre relacionada con el futuro gobierno que asuma el 10 de diciembre. Pero las dudas sobre la capacidad de pago aflojaron. El Gobierno tiene los recursos del FMI para pagar la deuda en 2019 y los compromisos del 2020 son manejables. La mejora del precio de los bonos refleja al menos en parte esta visión.
En un escenario algo más benigno en el arranque del año, ahora las miradas están puestas en las tasas de interés del mercado local. El Central había conseguido reducir los rendimientos desde el 74% hasta el 59% en las licitaciones de Leliq. Pero ese proceso de descenso se detuvo en diciembre, ante un tipo de cambio más firme y la volatilidad de los mercados internacionales.
El problema es que una tasa del 59% para una inflación esperada por debajo del 30% es extremadamente elevada. Se trata de un nivel que empuja al dólar al piso de la banda cambiaria, pero que representa un enorme peso para el sector productivo. El crédito es muy escaso y son pocas las empresas dispuestas a endeudarse a tasas tan altas. Las familias tampoco se endeudan porque tomar un crédito personal a tasas cercanas al 100% resultan prohibitivas para la mayoría.
El costo del dinero ha sido un tema recurrente en las críticas de la UIA y otros sectores de la producción en los últimos meses. Ya no se trata de un tema vinculado con la inversión a largo plazo, sino que incluso se complica operaciones básicas como descuentos de cheque para financiar capital de trabajo.
El acuerdo del Gobierno con el FMI, en su segunda edición, privilegia ante todo un dólar controlado, aun a costa de enfriar más la producción. Y es lo que está sucediendo. El argumento detrás de esa lógica es el siguiente: no hay nada más nocivo para la economía argentina que el descontrol del tipo de cambio. Por lo tanto, hacía allí debe enfocarse la prioridad.
Si el dólar toca el piso de la banda cambiaria daría lugar a que el Central afloje su política monetaria, inyectando pesos para comprar dólares e impedir que la cotización siga cayendo. Esta situación a su vez implicaría el descenso de las tasas en pesos. El tipo de cambio mayorista cerró el viernes a $ 37,30, mientras que el piso de la banda cambiaria arrancará el lunes a $ 37,28.
Todo indica, por lo tanto, no sólo que el Central saldría a intervenir por primera vez desde que se impuso el esquema de bandas cambiarias. También implica que las tasas de interés retomarían su sesgo a la baja, lo cual tendría un efecto reactivante para la economía.
«Si el dólar toca el techo de la banda es que sobran pesos en la economía entonces hay que salir a absorber. Pero si llega al piso significa que la política monetaria es demasiado contractiva y hay que aflojar», fue la explicación que dio en su momento Roberto Cardarelli, jefe de la misión del Fondo, sobre el funcionamiento del nuevo esquema monetario.
El Relevamiento de Expectativa de Mercado (REM) que publicó el Central a fines de esta semana mostró que los analistas esperan una disminución de tasas, pero muy gradual. Claro que la encuesta se cerró a fines de diciembre, por lo que no se había tenido en cuenta el recorrido a la baja del dólar ni la disminución de riesgo país del arranque de 2019.
De acuerdo con el REM, este mes las tasas bajarían desde el 59% al 57% y recién llegarían al 50% en abril. En caso que el BCRA salga a comprar dólares para evitar una caída adicional de la divisa, es probable que este ritmo de reducción se acelere. Sería el mejor escenario para el Gobierno, que precisa que la economía reactive lo más rápido posible.
Aunque el año arrancó más promisorio, es aún demasiado rápido para cantar victoria. El 2018 también había empezado bien, pero luego sobrevino la debacle.
En el equipo económico son optimistas, tal vez demasiado. Se entusiasman con los USD 9.000 millones adicionales que entrarán por la cosecha del campo (hasta ahora todo bien de acuerdo a las previsiones), se cancelará deuda de inversores privados por USD 27.000 millones (con dinero del FMI), el tipo de cambio es mucho más alto que hace un año y el déficit de cuenta corriente apunta a ser menos de la mitad que en 2018.
Pero también está el «lado B»: una presión impositiva insoportable, fuertes ajustes tarifarios por delante, aumento de la pobreza y una inflación que se mantendrá en niveles muy altos, posiblemente arriba del 30%.
En un año a cara o ceca desde el punto de vista electoral, monitorear la marcha de la economía casi a diario será imprescindible para determinar hacia dónde se puede inclinar la balanza.