Por Daniel Gustavo Montamat
Es cierto que la Reserva Federal aumentó la tasa y eso fortaleció el dólar respecto a otras monedas, en especial la de los países emergentes. Así nosotros hubiéramos tenido las cuentas en orden, con cambio flotante era razonable que el peso se devaluara un poco. Pero nuestras cuentas no están en orden, y con la inmunodepresión adquirida por los descalabros acumulados en décadas de populismo, estamos sobreexpuestos a la amenaza de cualquier virus que anda por ahí.
Cambiemos adoptó como estrategia dar vuelta con gradualismo la página populista que nos ha sumido en la decadencia económica y social, elevando los índices de pobreza a un tercio de la población. Pero la salida gradualista con minorías legislativas para aprobar leyes tiene dos requisitos básicos:
– 1) cuidar el acceso a los mercados de crédito a sabiendas que los déficit público y externo van a requerir del financiamiento internacional por algunos años;
– 2) Evitar en la necesaria búsqueda de consensos, concesiones populistas que aborten la opción gradualista. Si ambos requisitos básicos se cumplen, el financiamiento externo puede aliviar el proceso de recomposición y reordenamiento para volver a crecer con inclusión y acotar la inflación.
La contracara de la opción gradualista es que mientras se reordena la economía, hay que convivir con un tipo de cambio apreciado, con los problemas de competitividad que ello genera (ingresan dólares para cubrir el déficit que se suman a la oferta).
Por eso el gradualismo, aún funcionando con la agenda pautada, es una carrera contra el tiempo. Depende del financiamiento externo y sufre el acoso de un dólar que tiende a retrasarse.
El tropezón que hemos tenido y que nos ha obligado a recurrir al Fondo en medio de la turbulencia de los mercados externos, tiene una causa interna fundamental: la imposición de un gravamen a la renta a los tenedores no residentes de títulos de deuda argentina. Una concesión hecha al populismo para aprobar la reforma impositiva, en apariencia políticamente correcta, pero totalmente contradictoria con la dependencia del financiamiento externo y la consecuencia colateral del retraso cambiario.
Cuando el gravamen a la renta empezaba a tener vigencia y se revaluaba el dólar en el mundo, se desarmaron masivamente las posiciones de tenedores externos de Lebac, que a su vez aprovecharon de nuestro dólar barato. ¿Maldad de los especuladores externos y culpa del prestamista? No, consecuencia de los desajustes del prestatario.
El déficit de la cuenta corriente externa no tiene escapatoria, hay que financiarlo en dólares. Ese desequilibrio subsume el desequilibrio de las cuentas públicas cuando no hay financiamiento doméstico y hay que frenar la emisión inflacionaria. El déficit de la cuenta corriente externa del año pasado trepó a 30.792 millones de dólares (4.9% del PBI). Hay dos caminos para interpretar las cifras de ese desequilibrio externo. Por un lado observando los desbalances de los rubros que integran la cuenta corriente externa. El déficit de balanza comercial de unos 8500 millones de dólares surge de un casi estancamiento de las exportaciones que crecieron 0.9% y de un auge de las importaciones que crecieron un 20%. Es más preocupante lo de las exportaciones, sobretodo si se tiene en cuenta la evolución de la cuenta comercial de otros países de la región (Chile exportó unos 10.000 millones de dólares más que nosotros). En el rubro de servicios reales (que incluye turismo) el déficit superó los 6800 millones de dólares. El balance de servicios financieros (remuneración de factores externos), también deficitario en u$s 15.392 millones completa el desequilibrio aludido.
Por otro lado, los 30.792 millones de déficit de cuenta corriente son también una expresión de nuestro desahorro estructural. Financiamos una tasa de inversión interna bruta baja para nuestras necesidades de crecimiento con una tasa de ahorro doméstico que también es baja. Las familias y las empresas ahorran poco, y el Estado es un pródigo que desahorra y acumula déficit.
Recurrimos al financiamiento internacional para suplir el déficit de ahorro doméstico. Pero no todo lo que pedimos prestado es para invertir y ampliar la base de capital reproductivo, sino que también pedimos prestado para financiar gasto corriente, agravando nuestra vulnerabilidad. Los argentinos vivimos crónicamente por encima de nuestras posibilidades, y esto debe cambiar en beneficio de todos. Para evitar nuevos tropiezos y ratificar el rumbo, la construcción de consensos y la agenda gradualista que sigue debe evitar nuevas concesiones populistas.