Por Claudio Zuchovicki
Con el placer de saludarlos, quiero recibirlos en este espacio con la siguiente historia. Un día, el gerente de Recursos Humanos de una empresa familiar, líder en el mercado, le dice al dueño: “Mire, don Roque, yo sé lo que usted quiere a su hijo, pero me está ocasionando un gran problema en la compañía. Llega tarde, no respeta los espacios comunes, deja las máquinas encendidas y encima es algo soberbio con los clientes. Resulta un mal ejemplo para el resto de los empleados, y me cuesta exigir disciplina si el hijo del dueño es el primero en no respetar las reglas”.
Don Roque, atento a lo que le describió su gerente, convoca a su hijo a una reunión: “Hijo, aquí tengo el informe de Recursos Humanos sobre tu desempeño laboral. La verdad es que no eres un buen empleado, no al menos de la calidad que esta empresa necesita para trascender en el tiempo y para que varias generaciones puedan trabajar y progresar con ella, por lo tanto: ¡Estas despedido!”. El hijo agacha la cabeza y, con lágrimas en los ojos, procede a retirarse. Su padre logra interponerse en la puerta, ponerse delante de él, mirarlo bien profundamente a los ojos y decirle: “Hijo, me enteré de que te echaron de la empresa, qué desgracia, no lo puedo creer”. Lo abraza y exclama: “Yo soy tu padre y voy a estar siempre para lo que necesites, cuenta conmigo”.
Moraleja: como padre, siempre al lado de su hijo; pero como dueño de la compañía prefiere preservarla, aunque su hijo esté fuera. Es el beneficio de diferenciar la propiedad de la compañía de su gestión.
Porque, finalmente, amigo lector, las empresas son como los hijos. Si los sobreprotegés, no sabrán arreglarse solos.
Siempre me movilizó una frase de la película Los descendientes, que dice: “Hay que dar a los hijos lo suficiente como para que hagan algo en la vida, pero no tanto como para que no hagan nada” (lo dice Matt King, el personaje interpretado por George Clooney).
Con nuestro país, me parece que pasa lo mismo. Bajo la excusa de la protección a sus ciudadanos, a los más necesitados, a la industria nacional, se cierran puertas de mayor progreso, restándoles a nuestros conciudadanos los incentivos necesarios para saber valerse por sí mismos. Mi cuestionamiento entonces es: ¿realmente estamos protegiendo a ciertos sectores, o solo los estamos sometiendo a no poder cambiar su realidad?
El que protege, contiene. Pero no necesariamente moviliza, ni desarrolla, ni incentiva al progreso.
Si la definición de “relación de dependencia” suena al menos poco motivante para el desarrollo individual, la “relación de dependencia a reglamentaciones de un gobierno” suena directamente frustrante.
Bajo la excusa de proteger al inquilino, nuestros dirigentes crearon la ley de alquileres. ¿Se logró bajar el costo del alquiler de una vivienda? ¿Hizo la ley más prácticos los trámites? Los resultados están a la vista: se terminó perjudicando a quienes se pretendía proteger, y hoy para el inquilino todo es más caro y burocrático.
Es fácil tomar decisiones cuando el costo de estar equivocado lo pagan otros. ¿Protegemos o sometemos?
Bajo la excusa de proteger al empleado, se creó la ley del teletrabajo, que implica la imposibilidad de rotar al personal. Esto: ¿da más inclusión laboral a los que están fuera del sistema? ¿Logra modernizar el régimen laboral? ¿Es financiable? Los resultados están a la vista: solo protege al que ya está dentro del sistema y excluye aún más a los que necesitan trabajo.
Además, para los que están dentro del sistema, la percepción del salario es distinta para cada uno de ellos. Ante el mismo sueldo, no es lo mismo para el que se toma dos colectivos y le roban dos veces por mes, que para quien llega en subte en pocos minutos. No es lo mismo para la que deja un bebé en una guardería, que para la que tiene hijos grandes e independientes.
Es que es fácil tomar decisiones cuando el costo de estar equivocado lo pagan otros.
Con la excusa de proteger al consumidor, se creó la ley de góndolas. Esto: ¿aumenta la oferta de productos a precios más accesibles? Los resultados están a la vista: genera más concentración de marcas, menos competencia, y los consumidores tienen que pagar un precio mayor por los productos (si tienen la suerte de conseguirlos).
A diario vemos locales comerciales que están sujetos a muchas regulaciones. Las reglas les indican desde dónde poner un cartel de promoción del local o los precios en la vidriera, hasta todos los protocolos a cumplir (obviamente, con todos los costos a cargo del comerciante). Pero en la puerta de esos locales desfilan manteros, que actúan sin regulaciones y que, claramente, pueden vender más barato. Y nosotros, los consumidores, no castigamos con vehemencia esa desigualdad. ¿En serio creen que están protegiendo al consumidor?
Es que es fácil tomar decisiones cuando el costo de estar equivocado lo pagan otros.
Con la excusa de proteger la industria nacional, ponen controles a las importaciones, logrando solo que el consumidor pague la diferencia; pero luego, al productor nacional lo castigan con impuestos o regulaciones laborales. ¿Se incentiva un aumento de la producción nacional y un crecimiento del empleo? Los resultados están a la vista: solo aumenta el contrabando, y las ganancias quedan para quienes menos escrúpulos tienen.
Controlan el tipo de cambio para controlar la inflación, pero nace un dólar paralelo. Sostienen que el dólar informal no forma parte de los precios. Pero, si el 50% de la economía es informal, ¿qué creen que hacen los productores con los pesos no declarados al sistema? ¿Creen que los dejan en una mesita de luz esperando que valgan más dentro de un año? Si los pesos no declarados no sirven para la reposición de las mercaderías vendidas por faltantes de stocks, entonces van al dólar informal como sistema de resguardo de valor. Y aunque los dirigentes nunca hayan manejado un negocio con su propio dinero, deberían entender por qué eso se traslada a precios, y no enojarse con tal hecho.
Es que es fácil tomar decisiones cuando el costo de estar equivocado lo pagan otros.
Moraleja: los excesos en los controles no son otra cosa que un plus que tienen que pagar los formales. Y ese plus lo reciben personas con pocos escrúpulos, bajo el nombre de blue, coima, comisión por gestión. Es paradójico que se lo llame “equidad” o “redistribución”.
Si gran parte del capital de los ciudadanos esta inmovilizado por exceso de controles, en lugar de que se dirija a la inversión en empresas o a la creación de proyectos, la economía es menos dinámica. En un país que vive con desconfianza, el ahorro se esconde y no se traslada a inversión.
Pero en medio hay omnipotentes que quieren planificar todo. Lo hacen en nombre del Estado y del bien común que ellos consideran. Su trabajo es decidir quién debe hacer las cosas y cómo, sin considerar los costos intangibles, inmensurables, del que se dedica a producir.
Es más, esos cargos se heredan, o se delegan a familiares. Entonces, alguien que quizás nunca emprendió, que nunca empleó a su riesgo, que nunca arriesgó su dinero personal o familiar, tiene la libertad de elegir las reglas. Y el que emprende se queda solo con la necesidad de pedir permiso o algún beneficio.
Entonces, como pregunta final: si esos que quieren controlar y regular todo son tan buenos, ¿por qué siempre viven del Estado?
El gran André Kostolany decía: “No confíe usted en los que han encontrado ya la verdad; confíe solo en quienes siguen buscándola”
Hoy hay muchos políticos, sindicalistas, opinólogos, que dicen saber cómo hay que resolver la pobreza, la desigualdad, las injusticias; dicen que finalmente ellos tienen la clave de cómo hacer para que todos sean felices. Obviamente, hay que pagarles a ellos un gran salario o retorno para que puedan hacerlo y, así, cumplir su sueño de ayudarnos.
Cuenta la historia que, cierta vez, un famoso alquimista escribió una obra titulada Crisopeya o el arte de fabricar oro y se la presentó al Papa León X, dando por hecho que una obra que enseña a fabricar oro tiene un valor inapreciable, y esperando ser recompensado generosamente por hacer entrega de esta información a la Santa Madre Iglesia. Pero el Papa León X le entregó al ilustre alquimista una bolsa vacía, en pago por su obra. El alquimista pidió una explicación al pontífice y éste le contestó: “No te doy la bolsa llena de monedas porque, sin duda, te será fácil llenarla aplicando tus conocimientos”
Es que es fácil tomar decisiones cuando el costo de estar equivocado lo pagan otros. Porque una cosa es tener un plan de acción, y otra muy distinta es tener solo políticas de controles y restricciones.